jueves, 31 de agosto de 2017

ILUSTRACIONES - FABIANA


FABIANA










Ilustraciones " "Princesa Yusley"


     
 LA PRINCESA YUSLEY

 Había una vez,

Una hermosa princesa a la que se le apareció una estrella madrina al momento de nacer.  Era una estrella muy luminosa, que con voz de miel le dijo:

-Princesa, he sentido la bondad de tu corazón y voy a darte algo que pocas personas tienen, voy a darte dos familias.  La princesa era muy pequeñita, ¡ni siquiera había nacido!, así que no entendió del todo, pero supo que le estaban dando un gran regalo y preguntó: -¿Dos familias? ¿Cómo puede ser?

-Sí princesa, vas a tener una familia que te dará el color de los ojos, la forma de la nariz, los cachetitos inflados y una enorme sonrisa; esa familia en este momento no podrá darte el tiempo y los cuidados que un bebe necesita, te querrá mucho pero estará contigo poco tiempo, lo suficiente para ayudarte a buscar a tu segunda y definitiva familia.

Disfruta del regalo; ahora, ¡puedes nacer!

Y así pasó: la princesa nació  y su suerte era tanta, que no solo iba a tener dos familias y una estrella madrina, sino que el día que nació,  el sol brilló como nunca y todos en la ciudad estaban bañados en sudor, pero felices; y como las estrellas madrinas siempre dicen la verdad, la primera familia de la princesa Yusley la llevó a una ciudad cálida donde sabía que había un sitio  donde amaban a los niños y los ayudaban a encontrarse con sus familias  definitivas.

En ese lugar, había un parque, una habitación llena de juguetes y un salón con cien teteros y cien chupos  y cien pañales y muchas, pero muchas personas  amables con los niños.

Cuando la princesa se despertó, estaba en una camita de madera, y una señora muy amable que tenía un tetero y un chupo y un pañal y una sonrisa, le dijo: -hola bebe, yo me llamo Amparo, mi familia y yo tenemos la misión de cuidarte. Al lado de Amparo estaba su hija, una niña muy simpática que le dijo: -¡Hola bebe, yo soy Lina!  y empezó a hacerle  monachas con los ojos, la nariz y la boca para que la princesa se riera, y claro, la princesa se rio mucho.

Amparo le explicó a la princesa,  que la llevaría a vivir con ella y su familia, mientras  una familia venía para adoptarla, mejor dicho, mientras venía su segunda y definitiva familia.

Y así, con la amorosa familia de Amparo, la princesa Yusley fue creciendo y se hizo una niña muy bonita.

Tenía unos ojos grandes de color café; pelo liso de color café; una  hermosa y grande boca, que no era café, sino roja, ¡muy roja! y  ¡muy grande! Tan grande, que le salía una risa que se escuchaba en toda la ciudad, y las flores se despertaban de su siesta, y los perros empezaban a mover  la cola.

Un día, Amparo llegó muy contenta y le dijo a la princesa Yusley que había llegado la familia que la iba a adoptar; ella no entendió y quedó un poco confundida, pero no se preocupó, porque sabía como resolver lo que no entendía: ¡ese era su secreto!

Cuando no entendía algo, la princesa se acostaba muy temprano luego de peinar su cabello café y lavar su boca roja, cerraba sus ojos cafés y soñaba lo que no entendía;  así todo se solucionaba.

Esa noche soñó que estaba en un paisaje donde había sol, y luna, y árboles, y flores, y pájaros, y estrellas. Entonces escuchó que una mamá, un papá y un hermanito, le pedían a una estrellita muy alta en el cielo que, por favor, trajera una princesa a su familia.

La princesa se sorprendió, pero supo que esa era su estrella madrina y que ese papá, esa mamá y ese hermanito, serían su segunda y definitiva familia.  Entonces se rio y  estuvo a punto de despertar a toda la ciudad, acabar con la siesta de las flores  y poner a los perros a mover la cola. ¡Todo eso a  media noche!

Al otro día, la princesa se despertó temprano muy contenta, un poquito asustada y también un poquito triste.   -Definitivamente es un día especial,  se dijo. ¿Cómo podía sentir todo eso al mismo tiempo?

¡Claro!, la princesa sentía felicidad por conocer a su familia con la que viviría para siempre; susto, porque uno siempre se asusta cuando va a hacer cosas nuevas y a conocer nuevas personas; y tristeza porque quería mucho a Amparo y a su familia que tanto  la habían querido y cuidado. ¿Cómo haría para reír sin las  monachas que le hacía Lina con los ojos la nariz y la boca?
A las nueve de la mañana, luego del desayuno, la vistieron muy bonita con un vestido del color del cielo donde vivía la estrellita madrina y le pusieron unos zapaticos blancos; le tejieron cien moñitos en su cabecita y  le tomaron una foto donde ella no sabía qué hacer, porque la alegría, el susto y la tristeza querían salir corriendo a quedar retratados y ella no sabía a cual de todos dejar salir.
A las diez de la mañana, llegaron de nuevo a ese lugar, donde había una habitación llena de juguetes, un parque y un salón con cien teteros, cien pañales y cien chupos, y muchas personas amables con los niños. La princesa seguía feliz, triste y asustada.  

Amparo la abrazaba muy fuerte; las personas amables con los niños, hablaban, hablaban y hablaban y otra gente entraba y salía.   Definitivamente la princesa ¡estaba confundida!
La princesa Yusley miraba para todos lados esperando ver a su nueva familia,  pero no la veía; luego una mujer que a la princesa le pareció muy blanca, se acercó y le extendió sus brazos
-¡Vamos bebé!, le dijo.

-¡Llegó el momento!, pensó la princesa y sintió que el susto empujaba más fuerte que la tristeza y la alegría. Entonces empezó a llorar.

Ya en los brazos de la mujer blanca la princesa se fijó en Amparo y vio que estaba llorando, entonces la tristeza salió.  La princesa lloró más fuerte.  

En ese momento quiso quedarse con Amparo y le tendió los brazos..., pero sintió que alguien la llamaba, miró por la ventana: ¡era su estrella madrina! -Hola princesa Yusley, todo está listo para vayas con tu familia definitiva, te están esperando; - ¡Anda, ve!  le dijo.

Entonces, la princesa tomó fuerza y se abrazó de la mujer amable, que empezaba a caminar por un corredor lleno de afiches pegados en las paredes; los afiches tenían muchos colores y muchos bebes y niños pintados, también había una mamá embarazada y otra mamá mirando a su hijo con cariño.

La princesa estaba entretenida viendo todos los afiches cuando de pronto sintió que algo sonaba muy fuerte, empezó a mirar para todos lados y el susto volvió empujar fuerte y salió, no pudo más que seguir llorando.

Entonces se recostó en la mujer blanca y se dio cuenta de algo: lo que sonaba tan fuerte era el corazón de la mujer: la princesa se sorprendió y volvió a  escuchar,  En ese momento, llegaron frente a una oficina, la princesa lloraba y pensaba en el   de la mujer blanca, cuando de repente… ¡vio a su nueva familia!

Cuando la princesa los vio, ya no pudo hacer nada, la alegría, la tristeza y el susto se peleaban por salir, y ella solo podía… seguir llorando; en ese momento sintió que alguien llegaba muy rápido hacia ella y la alzaba y le daba besos.  ¡era su Papá! estaba feliz de verla, y la llevó hasta donde estaban la mamá y el hermanito, todos la abrazaron y le dieron besos.

La princesa  sintió que la alegría empujó, tan fuerte tan fuerte, que salió  dejando atrás la tristeza y el susto, ¡pero no sabía qué hacer! y entonces siguió  llorando.   

Su hermanito la miraba con curiosidad, le acarició la cabecita y le puso música en un teléfono celular y le dijo:

-Mira nena: ¡música!  En ese momento la princesa se sintió tan tranquila en compañía de su familia,  que se quedó dormida.
Mucho rato después,  abrió los ojos y estaban sus papás y su hermanito junto a ella.  -Hola nena, ¡Mira donde estamos!. Le dijeron.  Ella sonrió; estaban en un almacén lleno de muñecos, y los papitos le dijeron a la princesa que podía escoger uno, ella abrió muy grandes los ojos y empezó a mirar, al fin vio un oso verde con parches de colores en su barriga, le gustó mucho y dijo: -¡este!.

Ese día fue muuuuuuy largo, el día más largo en la vida de la princesa; ella y su familia dieron un  paseo, visitando a toda su nueva familia, conoció a sus abuelos, a sus tíos, a sus primos, y también conoció muchos amigos, todos estaban felices de conocerla, y le daban abrazos y besos; todos decían que era muy linda y ella se sentía muy especial.

Cuando llegaron a su casa, le mostraron su nueva habitación, con su cama y sus nuevos juguetes, y entonces se sentó en su nueva cama a pensar, ¡cuando de repente!, una gata blanca, un poquito malgeniada, se le acercó y empezó a olerla;  era Gatúbela su nueva mascota, la princesa se asustó un poco y... ¡le tiró un zapato! Gatubela, que era muy considerada, esperó  que la princesa se acomodara en su habitación, y volvió a saludarla después, esta vez  fue recibida con más amabilidad y se hicieron muy amigas.  

Así, la princesa se fue encariñando con su familia definitiva.  Además, recibía constantemente la visita de Amparo, que ahora estaba más feliz, y siempre llevaba a  Lina, que cuando se despedía, le hacía monachas con los ojos, la nariz y la boca y la hacía reír tanto, que dejaba por horas despierta la ciudad,  las flores, y  los perros que batían y batían la cola.





















ILUSTRACIONES - MIS PAPÀS YA NO SON ESPOSOS


Mis papás ya no son esposos



























ILUSTRACIONES ANITA ESTA EN SU CORAZÒN




ANITA ESTÁ EN SU CORAZÓN

Anita tiene un hermano especial y aprenderá a perder sus miedos en un sitio mágico, el fondo de su corazón.

Allí está, sentada abriendo los cofres y mirando, oliendo, tocando, escuchando y saboreando todo lo que encuentra. Anita no sabe cómo, pero cada vez que necesita resolver un problema o tiene una duda, ella va a ese sitio mágico y busca en los cofres, y aparece lo que necesita.

Por eso este sitio se ha convertido en su sitio favorito, porque para estar allí no debe tomar el bus o pedirle a alguien que la lleve, no tiene que pedir permiso para entrar, es gratis y, además, puede estar sola sin que le dé miedo, porque todo lo que pasa allí, es bueno. Ese sitio es el fondo de su propio corazón.

Anita tiene cofres en el fondo de su corazón,  donde guarda las ideas que ha tenido desde niña, los sueños que más le han gustado y una que otra pesadilla también; Sentimientos, los chistes que más la han hecho reír, los regaños de sus papás, los cariños, las peleas con su hermano y sus amigas, y claro, las reconciliaciones.  todo lo que ella es, está allí.

Hoy está feliz en su sitio mágico, porque allí resolvió un problema que tenía con su hermano y ahora se siente tranquila y quiere guardar en un cofre especial la palabra que aprendió mientras resolvía su problema...  

Anita es una niña alegre, tiene los ojos dormidos, dormidos y juguetones; sus amigos le preguntan siempre si tiene sueño, porque sus ojos son sólo una rayita en su cara. Ella tiene un hermano mayor. Cuando las niñas tienen un hermano mayor se sienten muy importantes con sus amigas, también en el colegio, porque sus hermanos las cuidan y les compran un dulce a la hora del recreo y, además, porque sus amigas siempre preguntan cuando van a la casa  -¿está tu hermano?-. Y luego se miran y se ríen un poco coquetas. Bueno, eso pasa con los hermanos de sus amigas, pero Anita siente que con José, su hermano, no pasa lo mismo. Por más que lo piensa -y cuando Anita piensa, sus ojos prácticamente desaparecen de su cara- ella no entiende por qué con su hermano es diferente.

Su hermano es un niño agradable, comelón; ella está segura de que se comería sus dedos si no le hicieran falta. Es guapo, sobre todo cuando se pone su ropa nueva, pero a él le gusta usar siempre la misma ropa -dice que se siente más cómodo- y no le importa mucho si los colores combinan o si está a la moda. Todo lo hace muy rápido, como cuando se pone la camisa, casi siempre le faltan botones y le sobran ojales; o cuando quiere hacer la tarea en dos minutos, pero llena de errores. Siempre anda por la casa buscando el lápiz o los zapatos, ¡y hasta la cuchara se le pierde mientras come!

Su hermanito es un poquito malgeniado, aunque ella sabe que ya casi es un adolescente y que con los hermanos  adolescentes hay que andarse con cuidado porque actúan como si desayunaran huevos revueltos con veneno de alacrán y pareciera que ¡a toda hora te quieren picar!

A Anita, como a las niñas de su edad, le gusta navegar en internet y buscar cosas como juegos, información de sus ídolos de la tele y páginas para aprender matemáticas jugando. Cuando a ella le gusta algo lo envía a sus amigas y a su hermano. Un día Anita recibió respuesta de sus amigas a un correo muy bonito sobre animales del desierto y notó que su hermano no le respondía nunca, y se sintió muy triste; era como si todos los problemas con su hermano se hubieran juntado en ese instante y, llorando, buscó a su mamá:
-¡mamá, mamá! -llora desconsolada-, ¡mamá!: ¡otra vez José!

Su mamá, que hace rato venía dándose cuenta de lo que pasaba entre Anita y su hermano, sólo estaba esperando el momento en que Anita quisiera hablar del asunto. Ella deja lo que está haciendo en ese momento, la sienta a su lado y la escucha: -yo le envío correos a José y él como si nada, no me dice nada, no me responde, es como si yo no existiera. ¡Mamá, dile que no sea así! -lloró Anita-.
- ¿Te sientes enojada con tu hermano?
- Sí, enojada y triste.
- ¿Te sientes triste porque tu hermano no responde los correos?
- Nooooo, no es por eso, es porque siempre es así; en el colegio, en la casa, con todo lo que hace. ¡YA NO LO SOPORTO!
- ¿Te sientes triste porque tu hermano no se porta como otros hermanos, porque no se porta como te portarías tú si fueras la hermana mayor? -Insiste la mamá-.

A Anita le salen dos lágrimas por sus ojitos rayados; se siente tan aliviada cuando las deja rodar. Se pregunta por qué si ella llora tanto, ¡nunca había sentido esto!

Mientras las lágrimas ruedan, Anita cae en la cuenta de algo: son las lágrimas más pesadas de todas las que ha derramado en sus laaaargos diez años. No sabe cómo ha podido cargarlas tanto tiempo: ¡ufff, qué alivio descargarlas!

- Sí, eso me pone triste; -le responde a su mamá-, lo dice un poco con vergüenza,. No sabe exactamente por qué, pero siente desde el fondo de su corazón, que no es justa con su hermano -y ya sabemos que ella siempre le presta atención al fondo de su corazón-.
 - ¿Por qué te pone triste que tu hermano no se comporte como tú quieres? -pregunta la mamá-.
-  Porque me aburre que no pueda jugar y hablar con él.
- ¿Es sólo eso?
- Bueno... no, también me da un poco de pena con mis amigas, ellas dicen que es raro.
- Entiendo, ¿y qué crees que podemos hacer?

Anita está feliz de que su mamá no le reproche sus razones, de repente ha dejado de sentirse mala hermana y quiere abrir su corazón.

- Mamá dile que no sea así.
- Así, ¿cómo? -pregunta su mamá-, dime  cómo es: “así”
- Pues odioso conmigo, no juega cuando lo invito, no se puede quedar quieto un rato, no me cuenta cosas o siempre me cuenta lo mismo. El hermano de Laura nos da vueltas a todas hasta que gritamos. El hermano de Majo nos compra chocolatinas cuando vamos a la tienda. Mi hermano no me pone cuidado. ¿Sabes qué? -dice llorando-: me da rabia que a veces se burlen de él y ni se dé cuenta; me da pesar eso. A veces pienso que por ser así no va a conseguir amigos.

Anita no puede evitar que otras dos lágrimas se lancen desde sus ojos, pero se alegra porque con cada lágrima afuera descansa y se siente igualito a como se siente cuando llega a la casa y descarga la maleta del colegio llena de libros.

- ¿Lo que te preocupa entonces es que tu hermano sea diferente de los demás niños que conoces y diferente a ti y que por eso vaya a sufrir?
- ¡Sí!
- ¿Tú ves a tu hermano sufriendo?
- No, creo que yo soy la que sufre. Él se lo pasa haciendo sus cosas tranquilo.
 - ¿Tú ves cosas bonitas en tu hermano?
- Claro que sí: él no me coge mis cosas sin permiso; si le pido ayuda en algo, bueno en algo que a él le interese, me ayuda; cuando voy a salir le pregunto si quedé bien arreglada y siempre me mira y luego contesta la verdad; me explica cómo funcionan los aviones -él sabe mucho de aviones-; nos cuenta historias sobre cómo se creó el planeta -¡aunque no quiera cambiar de tema!-.

Ja, ja, ja, ríe y se da cuenta que decir las cosas bonitas de su hermano la hace sentirse tranquila y contenta.

- ¿Qué pasaría si eso que te parece raro de tu hermano más adelante fuera lo que le ayude a conseguir sus verdaderos amigos, a poder trabajar, a disfrutar de la vida y a enamorar a las niñas?
- Ja, ja, ja, ríe de mejor humor Anita. Pasaría que yo he sufrido por nada.
- Es posible.
- Pues cuando tu hermano se dé cuenta de todo esto, que tú ya descubriste, se va a dar cuenta de lo especial que es, que tiene cosas que la mayoría no tenemos; entonces seguirá su corazón y allí donde su corazón lo lleve, encontrará gente que lo entienda y lo quiera y que él quiera también; ¡y ahí se quedará!

Anita se va más tranquila, casi de buen humor, pensando en todo lo que ha hablado con su mamá, y toda esa semana observa a su hermano.

Hace varias visitas al fondo de su corazón y empieza a ordenar el cofre de los recuerdos: José explicándole cómo funciona un avión, lo pone entre los recuerdos felices; José gritando porque ella ha entrado en su alcoba sin permiso, lo pone en los recuerdos tristes; y así va organizando cada recuerdo, y el carrusel de feliz, triste, feliz triste, no le gusta mucho, entonces decide guardar los recuerdos como: MI HERMANO Y YO y sigue organizándolos y se da cuenta de que dependiendo de cómo organice el fondo de su corazón, se va a sentir intranquila o tranquila y decide que ya no va a llamar más sus recuerdos y pensamientos como tristes y alegres sino con nombres claros y sencillos: “el cumpleaños de Laura”, “mis amigas de segundo grado”, “mi hermano y yo”. Sí, esa forma de organizar, sin tanto dramatismo, la hizo sentir tranquila.

El domingo, un poco inquieta por sus descubrimientos, vuelve a hablar con su mamá: -mira mamá, estuve viendo a mi hermano toda la semana. ¿Sabes?, pasó algo raro, yo sólo lo observaba, aunque yo no le estaba hablando ni pidiendo nada, él se portaba igual, o sea que no se porta así para molestarme,  él solo es así, y yo no sé qué pasó, pero ya no me preocupé; me pareció que está bien que sea como es.

- ¡Qué bien que hayas aceptado cómo es tu hermano!
- ¿Yo hice eso, -cómo lo hice-?
- Bueno, lo observaste sin juzgarlo sin decir a cada paso: esto está bien, esto mal; esto me gusta, esto no me gusta. Cuando uno observa sin hacer fuerza para cambiar las cosas, aprende a aceptar.  
- ¿Eso quiere decir que ya no me importa mi hermano, que ya no lo quiero ayudar?
- No, eso quiere decir que lo quieres ayudar, pero sin pretender que sea como tú quieres.
- ¿Y entonces, cómo puedo ayudarlo mamá?
- Que tal si le das más importancia  a las cosas que te gustan de él, que a las que no te gustan.
- No sé, puedo intentarlo a ver. Y también cuando no me  guste algo se lo digo y ya, sin ponerme brava.
- Y qué tal si cuando tus amigas se burlan de tu hermano las miras y  les dices: “No me gusta que se burlen de mi hermano” Si lo dices muy firme, probablemente no lo vuelvan a hacer.
- Creo que puedo hacerlo mamá.

«Aceptar», esa es la palabra nueva que Anita aprendió mientras resolvía el problema con su hermano. Ahora la guarda en un cofre, pero antes la dice muchas veces, porque le parece una palabra tan bonita y porque se le alegra el corazón al repetirla.